martes, 10 de diciembre de 2019

ME ACORDARÉ DE TÍ

Por el camino de todos mis términos,
será de ti que me acuerde.
Por el viento solano, por la lengua extranjera, 
por la pestilencia en la cueva del lobo, 
por los altavoces en la sala de un gran aeropuerto, 
por las cestas de higos a la hora en que se vuelve del campo, 
por el olor a comida que sube por los cubos de los patios en el viejo París, 
por la joven de minifalda y pequeñas caderas que sale fumando de las discotecas, 
por las uvas agraces y por el ruido que sólo yo puedo escuchar 
en las épocas en que el silencio logra la perfección del idioma;
me acordaré de ti,
me acordaré de ti,
en vino corriente, en silbidos, en ascensores.


LA HORA Y EL SITIO


Las palabras, esas distancias de algo,
esta mirada que vamos entregando
y que sin embargo no ha estado con nosotros,
está súbita prisa, esta forma de ojos,
palabras, manos que quieren sujetar un tiempo
que es un rostro
o el sonido de otra palabra.
Ya no sé nada,
no estoy con ustedes si acaso me leen,
por la ventana entra el sol, entra la noche
como una mujer sin alas,
entro yo, entra mi voz y aún no estoy con ustedes,
las palabras levantándose, hacinándose,
en el rostro del anochecer
hay rasgos de piedra que el viento abrillanta y apaga,
entreabre tu perdición y mira bien adentro,
otra palabra allí vuelve del humo.
Las palabras como sospechas de carne, como viento de carne,
palabras dichas por piedad, palabras que no pudimos decir,
palabras que no debieron decirse o que dijimos demasiado tarde,
el mundo cabe en una palabra porque el mundo no es una palabra,
ninguna mirada está consigo misma,
ninguna palabra volverá sobre sí misma,
palabras, palabras, palabras,
yo las reúno al azar, las disperso,
las tengo un rato en las manos
como objetos tortuosos o puros,
los miro más de cerca, ya no las veo
o veo a través de ellas y entonces ya no hay palabras.
Hay mundo no sé dónde, hay una mujer, estoy cerca de ella,
pero estamos en las palabras, en las afueras de otra vida
de reflejo en reflejo, de alusión en alusión, de río en río.
El sol sentado en el horizonte se quita las sandalias,
se quita el sol,
la tarde es una mano posada en mi hombro,
alguien espera la luna,
esa claridad en movimiento,
recuerdos de uno cuerpo que sólo son palabras,
sagrados instrumentos de precisión e imprecisión,
siempre hay una palabra después de
otra palabra, en vez de otra palabra,
siempre es otra ciudad, otro rostro,
otra cosa lo que yo iba a decir,
siempre queda una frase que no hemos dicho,
un centinela que en mitad de la noche grita ¡quién vive!
Después de haber enumerado las
diversas formas, de muerte violenta o pacífica. 
Sube la noche desde el mar como un ave impasible y extraña
que viene a posarse en mi corazón
con un crujido de ramas y de hojas,
no estoy de mi parte, no estoy con ustedes,
ningún recuerdo es mío, ningún recuerdo es cierto,
soy un hombre mirando, alzando la noche como un viejo hábito,
como otra manera de
hablar,
de soltar en los signos cuerpos ya sin vida,
y aquí estamos o no estamos nunca,
tomándonos de la voz, tomándonos de la mano
como para una danza en honor de nuestros dioses ajenos,
por la calle de la primavera, por el invierno del invierno,
palabras mías que no son mías,
siempre hay una palabra, esa puerta que busca ser la puerta,
ese sonido a fuego de los labios,
ese amanecer tatuado de nombres antiguos,
un relámpago culebrea de pronto como un ojo que se abre y se cierra,
como un cuerpo que entra y sale de su nombre.
Miramos la lluvia y esto es hablar,
porque miramos la lluvia en los hombros de una mujer
como sus posibles cabellos,
y adelantamos una mano y sólo acariciamos el agua que escurre,
sólo acariciamos lo que iba pasando.
Palabras idas de mí, de mí de vuelta,
hermosa usanza mágica,
palabras, si son ustedes la belleza, ¿por qué no son la desnudez?
¿o acaso la desnudez es el viento?
Palabras, ustedes son la prueba humana, la sorda revuelta,
los ángeles malditos arrojados de los labios de Dios,
¿qué decimos que decimos?, ¿acaso aquello que no decimos
porque no lo sabemos o porque lo sabemos demasiado?
Palabras, ojos con los que tal vez no debimos mirar
a pesar nuestro o a pesar de otro
O a pesar de las mismas palabras,
entra la noche y entra el día por la ventana
y entro yo por la ventana y entra la ventana por la ventana,
como bocas que pasan en lo que dicen,
como bocas que sueñan lo que dicen.


LLÁMAME POR TELÉFONO


Llámame por teléfono a la tarde.
Marca ese número que se parece tanto a un corazón.
Marca el número de lo que has olvidado,
marca la suma de lo que se ha ido;
y llámame como si pudieras llamarme,
como si yo pudiera contestarte desde un teléfono cualquiera,
como si te comunicaras con tu infancia.
Un número donde puedas oír que ha habido tardes, es decir: ha habido tardes destinadas a recordarte,
que mi tristeza aún te quiere a veces.
Sabrás entonces lo que me gustaban tus senos pequeños,
tus caderas un tanto estrechas
y tus piernas que caminaban de prisa
como si presintieras que habías llegado tarde…
Llámame a la tarde por teléfono,
a cualquier número cuyas cifras sumen un corazón.
Llámame como cuando tu madre
no te dejaba ir al cine conmigo.
Con las canciones entonces de moda,
con tu pañuelo que se sudaba entre tus manos,
con el terror a no hacer “cosas malas”, llámame.
Un recuerdo tuyo puede ser ese número olvidado,
la llamada de esa desconocida, que ahora necesito.
Llámame por teléfono a la tarde,
a la calle donde vivías entonces.
Muchacha tonta, chiquilla flaca,
llámame a tu corazón esta tarde.

ESA MANO

"Juntaba el cristal líquido al humano"
por el arcaduz bello de una mano. Góngora. 


Era una mano allí, con la misma postura
de la palabra amor escrita con letras antiguas.
A veces se movía como un horizonte de olvidos,
como un cuerpo no asido por la tierra
que por la mar aleja su presencia.
Azul como palabra levantada de una lágrima
o acaso de una sonrisa.
Sí, yo veía esa mano, clara jerarquía
de unos dedos testigos de la seda.
Superficie de ausencias, extensión de algún vuelo dormido,
patrimonio de un contacto, de una piel,
de un cuerpo engrandecido que la toma con furia
cuando a los cuerpos llega
la posición de amor y se entrelazan.
Sí, yo la miraba; blanca, casi inútil, delgada
no avanzante, no tímida ni herida,
en sí misma posada; embellecida como el rastro de una caricia,
ajena a mi vida, a mi piel y a mi mano.
Un anillo floreaba su meñique,
ruta azul de dos venas,
insinuaba de pronto un horizonte
o huella de dos lunas.
Su dueña alzó los ojos un momento
vuelto hacia mí su rostro.
Y vi sus ojos sin calor,
como llegados de algún vuelo nocturno,
ya con alas plegadas, sin dolor, descansando.
Y vi esa sombra – de un olvido, tal vez -
que velaba en sus labios
como guardían de un jardín en otoño.
Frente a ella su compañero
contemplaba la indiferencia mecánica de meseros y clientes.
Todo el café, insinuaciones de un lujo breve y triste,
habitación ambulante, a la deriva

de alguna tarde más; en un humo de rostros,
de manos y palabras, de monólogos breves y eternos,
parecía llevarlos y dejarlos perdidos
uno de otro en un mundo sin piedad ni recuerdos.
Allí sobre la mesa vi su seno inclinado.
Su seno como un ártico viviendo bajo estrellas,
surcado por la música tenaz de un silencio,
sobre alguna pantera engañada o dormida.
Sí, allí sobre la mesa aquel seno inclinado
como bebiendo el blanco del mantel;
ya todo él muerto en blancos, descotado
sin prisa, en su tamaño.
Y aquella mano allí,
ya tal vez con memoria de carne masculina,
afinada en caricias, sobre el mantel  como una vida dulce,
olvidada en sí, sin un gesto de carne,
ajena al cuerpo que la engrandencía.
¿Acaso vio en mi rostro que veía su tristeza
mirar con angustia su mano en el momento
que ajena la sentí, acariciando ya profundamente?
De esta vida no vale sino el sueño,
la voz que sangra de sus estrellas,
la piel que estira su color de mundo,
y esa mano que va como sonrisa,
que como boca de cinco labios
por la tierra anhelante de la sangre,
por el lomo atigrado del deseo, por el dolor,
por los anillos que le hincan recuerdos;
aprendiendo que el llanto no es espina
y que la piel el mar la pone arena

PIEL Y MUNDO


Tu piel es partidaria del mar
del mar que sacude sus ramas en la playa
para aligerarse de espumas y adioses.

Tu piel es el mar que transparenta,
es el mundo que suena en los labios igual que la lluvia.
Tu piel es partidaria de la espuma
donde el amor encuentra demolida la tarde.

Tu piel es lo que se reúne para volar
cuando la luna es la piedra de toque del alba
y la caricia se oscurece por lo fatal del océano,
por la profundidad de las aguas besadas.

Tú eres la que se desnuda para que el verano tenga vientos propicios,
la que canta amartillando su corazón como el cielo que piensa la tormenta,
y en ti el trópico guarda lluvia y pantanos,
panteras que me acechan tras la liana de un gesto.

Eres el ademán de una selva con luna,
calor cuyos acordes de brillo me salpican,
soltura de una nube que casi dice al viento que la sueñe,
que le bese su forma de ángel que no nace.

Y yo he descubierto la espada que tu indolencia emplea,
esa mirada súbita que recuerda a los puertos,
esa sonrisa que de pronto se oscurece por el peso de un animal poderoso,
ese corazón arreglando sus nubes.

¿Qué locura detiene su estribillo de astros en la mirada triste?
Sólo tu cuerpo puede iluminar la noche,
sangrar por los cuatro costados de la oscuridad que pregunta,
sólo tu piel con intención de océano.

Eres la que se tiende en el mediodía silbante del bosque,
eres la que empuña los remos del poniente,
eres el corazón que devoran los puertos.

Es tu piel donde la noche viene a extender sus mapas,
es tu piel donde el mar brilla como unos labios.

YA CRUZAS LA PUERTA


Lo empiezas a saber,
tu amor va enseñando sus sales de baño,
sus fiestas de guardar, sus cenas sin nadie;
a veces, el esqueleto de tu ángel de la guarda
baila en tus ojos,
ciertas avecillas silvestres amanecen temblando en tus manos,
ya el tufo de la crucifixión
no te hace taparte la nariz de niña “que no sabe nada”,
“que no entiende nada”.
Ya cruzas la puerta,
ya sabes que el dolor es un mensajero servil del infinito,
en tus ojos aquello que miras despierta en ti misma
como pequeños niños
que se sientan al borde de sus camas
esperando que vengan a vestirlos.
Ya asumes tu cuerpo, ya viajas en todo lo que te rodea,
a veces en tu sonrisa todavía aparece
aquella niña larguirucha “tan bien educada”,
pero tu esperanza enflaquece llamándote con voz cada vez más débil
cuando ya no te dignas escucharla.

Extrañamente hermosa eres ahora tu propio fantasma,
en tu alma han entrado la carne del mundo y la tuya
confundidas,
apiñadas por el mismo placer, revueltas por el mismo dolor.
Desnuda, la ropa que te acabas de quitar
ya no reaparece en tus ojos,
tu mirada y tu voz entonces también se quedan desnudas,
te quedas desnuda,
y por tu desnudez pasan los templos antiguos, las oraciones,
los heridos de guerra y los cánticos de guerra,
los mares lejanos y también la vida posible en otros planetas.
Ya tu cuerpo comprende lo que significa ser tu cuerpo,
lo que significa que tú seas él;
tu cuerpo extendido a lo largo de tu amor, a lo largo de tu alma,
y todos los barcos que zarpan de tu corazón llevan ahora
las luces apagadas.

Ya te has probado en ti
y un hombre no es el extraño invasor que conocías,
el esposo prudente, el hombrecito que cariñosamente
te mataba un momento
por unas cuantas caricias, por unas cuantas monedas.

Pero sabes también que no existe el triunfo que alguna vez deseaste,
por eso en tu mirada puede oírse
el ruido del mar golpeando las costas solitarias y a veces
el chillido de un pájaro detrás de la niebla o la llovizna pertinaz.
Ven aquí con tu colección de mariposas, con tus antiguos
juguetes que ya no existen
y que parecen burlarse de ti desde ciertos rincones,
ven aquí con tus segmentos de niña asombrada.

Ven a mirar mis osos polares.
Ven, ahora que sabes que también en los labios aparece
—sin que nos demos cuenta—
el beso monstruoso y bello
de aquello que todavía llamamos el alma.

lunes, 9 de diciembre de 2019

DIA POR VENIR


Por tocar nuestros ojos con unos ojos de viento.
Soplo de mar a bordo de la tierra;
Paisaje de unas velas y de un mástil
En una voz ligera como la espuma o la sonrisa.
Hablo del corazón, frente a la muerte.
Hablo diciendo sueño, sueño, altamar, fumarola.
Hablo diciendo todos;
En el árbol, como un labio de tierra y otro de noche,
Con un corazón de polvo y otro de carta.
Hablo para la vida que ha besado su muerte,
Hablo para la muerte
Que la vida contempla alejándose.
El tiempo. En el pecho su transcurso se ahonda como un río
Que ha oído hablar del mar.
Día por venir, por sentarse a nuestra mesa,
Día con cuello de nubes.
Sopla la brisa,
La tierra puede ser el barco que necesitamos.

PARA LA VIDA


Mi destino te busca. 
Soy la fecha que el mar todavía no ha escrito.
Esa brisa es lo que sueñan los árboles.
En las sienes la mano recuerda el horizonte.
En los labios
La voz se agita como una bandera
Y en algún sitio del pecho aún responde el poniente.
Mi destino te busca.
En mis ojos el tiempo numera las miradas.
Se coleccionan los antes, no hasta decir mañana
Sin el pecho partido por la noche.
La ciudad se ciñe el anochecer como una corona.
Arderé como la invención de la tarde,
Como el bosque que se ha puesto a pensar en la lluvia,
Como la sonrisa que toma forma de anillo
Y rueda de una mano silenciosa.
Destino. Palabra que el fondo del río saca como un pez,
Como una mejilla donde la corriente puede llorar
Sin que lo noten las orillas.
Destino. En un pecho la luna boga desvelada
Por la razón más fría.
Destino. A ciegas la luz vela
Y unos ojos se abren para siempre.
Escucha esa mirada
Que al destino penetra hasta irradiarlo.

BÚHO SOBRE EL DELIRIO (FRAGMENTO)



III

Oír que la materia deletrea su peso,
escuchar el ronroneo que hace contra sí mismo el silencio,
ver cómo cae el cuerpo atrapado por el impulso de sus límites, 
rompiendo de pronto ese dique que la oscuridad usó antes solamente para sí misma.


Ver de pronto ese peso, esa inmovilidad pasando velozmente,
oscureciendo con su sombra velocísima
esa parte de nosotros donde la contemplamos con armas más frágiles que el dolor,
y su caparazón apetecedora de peso muerto.


IV

De pronto se ensordece, cuando el silencio o la locura saca las castañas del fuego,
resegando lo que crecía sin trasplantarlo a su propia sombra,
a su boca construida con una mandíbula ajena.


Decaído o plegándose, embovedar las alas,
engaviar lo reunido, lo que va a levantarse y a girar 
bajo la bóveda construida con el peso irreal de las alas,
lo que tiene en su peso su habilidad de esguince,
si el vuelo es esa forma, ese jadeo mezclado a las castañas 
que están como siempre en el fuego,
reproduciendo la mano del silencio 
o esperando la mano de la locura que va a sacarlas.
Conquistar los despojos, hacer crujir las brasas,
aspirar ese olor quemado que suelta la sombra, 
la boca construida con mandíbula ajena.
El silencio que cuida su propia mano 
(lo que es su sombra, se alarga sin cesar).
Si la reunión está sorda, el silencio no miente,
pero en las castañas que están en el fuego,
el intruso aparece a la expectativa.

PREPARATIVOS PARA PASAR LA NOCHE EN UN ESPEJO



I

Echa chispas el vino que produce el espejo, y es borrosa la sed. Imagen borrascosa que empaña la superficie dotada de máscara que su dueño volverá contra sí mismo. Fría caparazón de cristal que se resiste al ser pisada por esos pies que van avanzando por la playa. Fría caparazón de cristal que finalmente se vuelve espejo roto, hormiga muerta transportada por otra viva. Entre cortinas y susurros, despojos del cristal reflejante. Entre susurros y gemidos que sostienen la sedería de la carne, aparecen los momentos del río que demuestran el vértigo. La máscara, al reconocerse, ya se ha vuelto contra sí misma. El guerrero, que con la espada en alto sostenía a la mujer, ¿va a titubear? En la intimidación por esta imagen, se recurre a la potencia del círculo inmóvil, desde un mundo de ocelos amarillos, hasta las ruedas de una bicicleta, entre la maleza de un antiguo y abandonado jardín, mientras se escuchan risitas y cuchicheos de una niña. Echa chispas el vino que ocasiona mirarse en el espejo que una mujer representa.

II


Y he aquí el puro deseo sin el curso del cuerpo, por que en la contemplación del otro cuerpo la memoria levantó ese rumor o sitio donde posarse. Son los preparativos para pasar la noche en un espejo, subiendo por esas aguas del río del espejo que no alcanzan aún al mar del espejo, el limbo azul donde los ahogados decían que flotaban mejor. He aquí el puro sueño sin el curso espejeante de la memoria, el reflejo desgarrado por la descomposición inmovilizada por sus propias exigencias. He aquí el aleteo que no halla donde posarse, reducido a su vocación de aleteo. Navegación atroz, el tacto y el gusto están en esos ojos en que los labios se han convertido, gracias a la reducción de que se vale el reflejo, para que la memoria extravíe el sueño que la sostiene. Las aguas arriba no bastan para no poder tocar el mar y sin embargo perderse. El movimiento de las aguas arriba no suspenden, no succionan ni empapan, sino que pesan sin moverse, pesan más todavía al desaparecer, y están ahí, clavadas para enturbiar el reflejo. Sin el curso del cuerpo, el deseo escogerá la tela que la araña combina con el movimiento propio del propio deseo, que es la raíz de su saliva y de todo segregar para armar laberintos.
Boca que habla y traslada sin parar y sin pasar, frente a ese espejo que la transforma en tela de araña que la refleja en saliva de araña que la contiene. Sin el curso del cuerpo, el deseo realiza los preparativos para pasar la noche en un espejo, en cuyas aguas arriba el vacío tendrá en su poder a la creación, al mar que sin golpear existe, al mar que sin mojar abarca, el mar que aparece en los ojos que no ven el cuerpo que desesperadamente necesitan revelar.

III

Estuche doble en metal dorado, con espejo interior y bordes rojos, donde pueda escucharse la melodía, la forma que la casualidad ennoblece con modos de inspiración variada: al salto de la gacela ensombreciendo la infancia, recuperada a base de no hurtarle el bulto a los muertos. En la duplicidad donde aparece un tercero, juego de clandestinas tiranías. Arcángeles arrancados con todo y raíz de su vuelo, estatuas obstaculizadas por el material de que están hechas, jamás podrán responder a la invitación de las alas. Viviendo la postura de la exhaustividad, manejando con precisión los elementos combinatorios del espejo; la infancia, si, el diálogo de persecuciones y prosecuciones impuras en la bandejas de las invitaciones al jardín abandonado. Aquella niña separando los muslos, para que Dédalo comience la obra que el espejo usará como reducto, entre las altas yerbas, junto a su bicicleta reclinada en un tronco, vendrá cuando el exilio deje la puerta abierta al jaguar que rondaba los alrededores.

IV

Para embalar la imagen, que tu abandono prosiga. Cuida que los escondrijos de tu espejo no delaten los ojos que, antes que tú, te miran. Déjate continuar por la resistencia de tu rostro empañarse, aguas abajo encontrarás otro espejo. Aguas arriba, Escila y Caribdis le pondrán comillas a tu navegación. Apurarás el agua sobra en el cristal, jugarás a que eres el océano y dejarás que la brújula se mueva en tus palabras como un pequeño y torpe insecto. Así la araña tejerá la imagen que le pondrá ajuar a tu espera, a la ausencia de un cuerpo cuyo peso hará lecho en tu imaginación. Así la telaraña que existe en el fondo de cada espejo atraerá a ese sueño convertido en mosca, vuela frente a tus ojos, revelándote. Te hilarás en los reflejos como quien tiene el hilo de Ariadna en las manos, se moverá el viento allí mismo como encajonado, y siempre será otro el que aparezca, otro el vidrioso, otro el que transparente te prosiga.

V

La imaginación no es siempre el más aconsejable espejo donde mirarse, donde cruzar a la otra orilla, y estar al mismo tiempo en el sitio que nos hemos fijado, en la cita puntual con nuestra propia mirada. Colocarnos allí como para aprender nuevo idioma, conversación galante con las aguas del río, vigilando, como sin querer, el momento del salto de la gacela ensombreciendo la infancia. O el salto para escapar, que nos coloca en la lancha que ya despegaba del muelle. El espejo no es siempre la imaginación, pero es un buen camino par salir al encuentro de lo desconocido, o sea es un camino gobernado por el salto intempestivo de la gacela, que vuelve a desaparecer en la maleza. Y no importa si entonces un nuevo personaje aparece en la terraza de lo que hemos dado en llamar la casa abandonada. Lo que llamamos el regreso, puede ser el rumor de la lancha alejándose, después de nuestro salto para colocarnos en ella. Permitir que entonces todo tome su forma antigua, significa terminar, dejando que en nuestra respiración esas puertas-vidrieras se cierren para siempre, y pegado al cristal, con el rostro empañado, el personaje que no habíamos tomado en cuenta, irá perdiendo espacio, pero ganado realidad, hasta convertirse en nuestro futuro cadáver.


PAISAJE DESNUDO


Desnudo de mujer 
senos que no están ciegos y conocen las aves,
hombros y espalda donde la luz del sol parece estar
pensando,
vientre cruzado por una secuencia de fugaz infinito,

desnudo de mujer,
concentración de la tierra y lo humano,
estatua de la naturaleza,
más blanca que el sollozo de un ángel,
más morena que una mañana en la selva,
más viva que la sonrisa del sol en la vela de un bote de
pescadores,

desnudo de mujer,
vacilación del ámbar, probidez de la piedra,
vellón iluminado por un rayo de luna, por un rayo
de carne,
muslos separados como terminaciones del
anochecer,
cita con el origen, vida, potestad de la muerte,
humedad de universo, palabra final encontrada,

desnudo de mujer,
rodillas severas y más llenas de gracia que un
hoyuelo en la mejilla,
tobillos más dulces que la orilla de un estanque,
pies aposentados en su aire como delicias diurnas,

desnudo de mujer,
cuerpo que está volando sobre sí mismo,
piernas como un recorrido de cantos nupciales,
nalgas donde la redondez del mundo cobra sentido,

cuerpo que se desata de la noche,
cuerpo que se desata de sus astros como una batalla
naval,
cuerpo que se desata de las leyes que no son azules o
rojas,
cuerpo donde los marineros en tierra señalan el mar,
desnudo cuerpo, cuello, vientre, nalgas,
piernas concisas, vivas, entreabiertas,
desnudo de su desnudo, desnudo hasta el fondo de sí
propio
hasta tocar el fondo de sus aguas ocultas,
hasta tocar lo ilimitado de sus ríos,
desnudo de mujer,
arena, rosa, nave de verano,
viento…


CASABLANCA

Nos estaremos yendo misericordiosamente,
nos encontraremos en la esquina o cuando se acerque alguien
[muy pálido que descienda de un automóvil,
alguien con una vista panorámica de cada una de nuestras
[sensaciones.
¿Qué se puede esperar si no veo un cambio fundamental en
[tus ojos?
¿Qué se puede esperar si no encuentro la clase de nuestro
actual interés por el canto de guerra que canturreamos
[a solas?
Adornados con vistosa sinceridad, pensé mientras me alejaba
[en el automóvil
nos estaremos yendo, nos estaremos misericordiosamente
[apresurando para el debate de los muertos,
estos atavíos no son auténticos pero así es como nos visten,
nos estaremos yendo de esa manera, es una vergüenza, lo sé.
(El guión de rodaje habla de
una mujer muy vieja que entonará la canción más antigua 
con que se recordará a esta tribu: nos estaremos yendo,
[misericordiosamente,
nos encontraremos en la esquina o cuando se acerque alguien
[muy pálido que descienda de un automóvil...)

ARMADURA DE LA EVIDENCIA


 Mirar y al mismo tiempo no mirar, peregrinando por esa
doble operación de los objetos donde los ojos añaden el
[intento de restitución del sentimiento del juego.
Los ojos que imitan en la mirada a la posesión del mundo,
el violín o sentimiento de lo ya visto tocando en el fuego
[obtenido por la vivacidad de los fabulosos orígenes,
licores espirituosos del espectáculo visible, noche cálida y clara
[rotando sobre los ejes de la contemplación,
sueño apoyado en las dominaciones del incendio, en la
armonía voluminosa de la tierra por donde pisa el
[verano.
Mirando al mismo tiempo que se olvidan los ojos las
[coloraciones fugitivas de las escaleras,
los pasamanos gastados, ah, qué ruidos en todas las partes de
[las escaleras,
la mirada está en su casa cuando el objeto está fuera,
tendremos aproximadamente la cantidad de vacío para las
[cosas vistas subiendo o bajando,
ya se ha dicho que se tienen fundadas esperanzas en las escaleras,
qué ruidos en todas partes, las miradas ocultan al que llega primero.

EN EL REINO DE LAS TREPADORAS


 A medida que se avanza hacia los trópicos,
sentimiento de continuidad donde la ceniza se moja,
es lo que va quedando depositado en las diversas aldabas del
sueño cuyas llamadas suenan en la misma dirección 
que el enfriamiento del cuerpo y que el topo irreprimible del
[río.
Sucede con todo lo armado de soldaduras arbóreas,
por ejemplo, la plática visible o la que se mueve nada más
[o los remolinos de pelos centrando al insomnio,
cacarean en nosotros sus niveles
de trepadoras implacables.
Después ya es muy difícil saber si los frutos que caen de la
siesta son los goznes de esa puerta que íbamos a abrir hacia
[la nieve, hacia el tiempo estañado del frío.
Suena un aldabonazo que nos abrillanta los dientes,
nos dejamos caer desde las ramas de la siesta, pero no todo
[lo que relumbra es el oro que necesitamos.
Se extiende un rumor de aldabas que en realidad es
[alejamiento,
la forma más común de la nostalgia trabaja en esa nieve que
no vemos, las puertas de los ríos siguen cerradas, tal vez
[durante la noche. . . 
mientras lo maliciado real aumenta su sospechoso chapoteo
junto al acecho del circo del mono por el cual se une el alma
a la escalera rota del caimán.

A medida que se avanza hacia los trópicos,
la Lucha con el Ángel se practica en familia bajo los
lengüetazos que la necesitan tibia, depositada en las
relaciones interminables con el moho y en otros estuches
[de pláticas extravagantes,
esa tibieza reproduce un dibujo de correas atadas en las
[aldabas.
Abastecida por la bestial infiltración de los muertos,
coreada por las aldabas que suenan sin aparecer,
la Lucha con el Ángel hunde su aguzado pico en la
[añoranza de las puertas ya mencionadas,
luego la plática se mece nada más.

EXPLORACIONES


 No podemos retroceder, no podemos retroceder resbalando
por aquel aceite de nosotros mismos.
Donde existía el plano ampliado de la gracia,
el ruido de la puerta que duplica la imagen,
fracciones perceptibles al mínimo de un movimiento,
saturación de los minutos que definen al tiempo relativo,
[es que no podemos,
es que no podemos retroceder hasta damos de topes con el
tiempo relativo del drama, con el cuerpo de la mujer que amamos un día,
con la idea del calor en el registro de la realidad de ese cuerpo.
Como consecuencia capital de esta búsqueda no podemos, no
podemos retroceder surtiendo a Dios de fragancia,
surtiendo nuestro retrato de fragancia de Dios,
de pesada armonía desmontable.
Que se vea en el infinito cerrarse una puerta sin escucharse
el ruido que le corresponde es la imagen del tiempo relativo
y es también la consecuencia del deseo de retroceso;
la mano evitando la aldaba o verdad compleja de lo sólido, de
[lo tocable, de lo que estaba allí hasta hace un rato,
la mano taimada que no confía sin embargo en el recuerdo y
[quiere solamente volver a tocar, volver a ser ella misma.
Uno y otro procedimiento desembocan en el cuchicheo del
más acá, en el acto que recurre a las evaporaciones de la decadencia.
En su imponente papel de descubridor, el cuerpo del muerto
cae rugiendo en la eternidad,
cae en la jaula de la eternidad y el ininterrumpido juego de
lo imprevisto organiza el esfuerzo visual de guardar silencio
hacia la imagen desempeñada por el espacio de la
experiencia del orden: la mano que no debe tocar sino
[aquello que toma,
la mano que no debe cerrarse sino en la sucesión
de sus propias imágenes.

LA VENTA


 I have heard Laughter in the noises of beasts that make strange noises. T.S. Eliot

I

Era de noche cuando el mar se borró de los rostros de los náufragos 
como una expresión sagrada.
Era de noche cuando la espuma se alejó de la tierra 
como una palabra todavía no dicha por nadie.
Era la noche
y la tierra era el náufrago mayor entre todos aquellos hombres,
todos aquéllos era la tierra
como un artificio de las aguas.

Y ahora, en los sitios no determinados ya por la razón,
en la plaza interior de la Plaza Pública,
la brisa parece procrear ese lejano olor
de animales y prisioneros flechados o ya dispuestos en las lanzas
o conducidos a la presencia de la mano que ordena y señala, 
sostenida por sus anillos y pulseras,
desde los sitios básicos del poder: necesidad y crimen.

¿En dónde están los hombres que dieron este grito de batalla y este grito de sueño?
¿Dónde están aquellos que condujeron la palabra
y fueron llevados por ella al sitio de la oración y a la materia del silencio?

Carencia fluctuando entre la piedra 
y la mano que va a producir en ella la sospecha de su alma;
habitante sombrío enmudecido bajo tus obras, 
condúceme al himno disperso que flota ceniciento 
entre la podredumbre de las hojas.
Unta cada palabra mía con cada silencio tuyo, 
mas no nos ciegue el chispazo de este mutuo lenguaje,
para que así los muertos asomen la mirada entre las brasas de lo dicho
y la frase se encorve por el peso del tiempo.

II

Jugó la selva con el mar como un cachorro con su madre,
bostezó el día entre los senos de la noche,
en su acción de posarse buscó alimento la palabra,
sonó el acto en su propio vacío
como una dolorosa constancia de fuerza que el sueño del hombre no pudo medir.

Ahora juega la tarde un momento con los islotes de jacintos antes de abandonarlos
y el aire es todavía un venado asustado.
El sol es una mirada que se va devorando a sí misma,
todo jadea de un sitio a otro
y la hojarasca cruje en el corazón de aquel que al caminar la va pisando.

Un pez está inmóvil bajo el peso de su respiración,
bajo la dura luz poniente fluyen las grandes aguas color chocolate,
sobre un tronco caído, una iguana
fluye succionada por otro tiempo, pero está inmóvil, 
no hay fuga en sus ojos más fijos que la profundidad del mar,
y el movimiento que la rodea es lo que petrifica sus señales.

La tempestad pesa como un dios que va haciéndose visible,
una bandada de truenos cruza el cielo,
la luz se está pudriendo; ya no quedan designios,
nadie escucha en la piedra los sonidos humanos donde la piedra ganó raíz de carne,
nadie se desgarra con esa soberbia del mineral que tiene a la memoria cogida por el cuello.
Todo parece dormir igual que un dios que se torna de nuevo visible
detrás de este tiempo, donde ahora se balancean y crujen
las ramas de los árboles.

Herid la verdad, buscad en vuestra saliva la causa de aquél y de este silencio,
pulid esta soberbia con vuestros propios dientes;
de nuevo la lanza en la mano del joven,
de nuevo la arcilla bajo la instrucción de la mano 
volviéndose al sueño y al uso del sueño,
de nuevo la escultura bebiéndose el alma,
de nuevo la doncella acariciada por la mano del anciano sacerdote,
de nuevo las frases de triunfo en los labios del vencedor
y en su voz el estremecimiento de su codicia 
y sobre sus hombros el manto de su raza.

Pero ya nada responde.
La selva transcurre vendada de lluvia,
todo yace enterrado en las grandes cabezas de piedra,
todo yace ubicado en el ciego peso de la piedra;

en ese rostro congestionado de feroz ironía, en el fondo de ese rostro
de donde parece surgir, igual que una burbuja de aire de otro que respira allá dentro,
esa sonrisa que sube a viajar quién sabe hacia dónde
entre el negror de los labios…
Todo está igual que el primer día sin embargo;
la selva lo acecha todo, su velocidad tiene forma de pozo,
hay muertes en espiral abasteciendo su mesa.
Todo está igual que el primer día sin embargo,
la flor del maculí como una boca violenta y roja suspendida en el aire caliente,
la ceiba enorme atrapada por la fijeza de su fuerza,
y por las noches, entre el zumbido de los insectos, 
el olor dulzón y tibio de los racimos de flores del jobo,
y entre las ramas de los polvorientos arbustos, el olor lejano del hueledenoche.

Pero todo está detenido,
todo está detenido entre el vaho poderoso del pantano
y las cabezas de piedra de los hombres y dioses abandonados.
Pero nada está detenido,
todo está deslizándose entre el vaho poderoso del pantano
y las cabezas de piedra de los hombres y dioses abandonados.
Ciudad desordenada por la selva;
la serpiente rodeando su ración de muerte nocturna,
el paso del jaguar sobre la hojarasca,
el crujido, el temblor, el animal manchado por la muerte,
la angustia del mono cuyo grito se petrifica en nuestro corazón
como una turbia estatua que ya no habrá de abandonarnos nunca.

¿Quién escucha ese sueño por las hendiduras de sus propios muertos?
La fuerza de la lluvia parece crecer de esas piedras, 
de allí parece la noche levantar el rostro salpicado de criaturas invisibles,
de ese sitio que ha retornado al tiempo vegetal, al ir y venir de la hierba.

Nada descansa pero todo duerme; lo que se pudre, inventa.
Esta doncella aún no concedida al placer,
aquellos ojos seniles que ruedan en su propia fijeza, 

a semejanza de un desterrado de sus recuerdos;
los consejeros del rey, los vencedores del tiburón,
los que sujetando al vencido con una soga al cuello, 
posaron sentados bajo el friso de los altares de piedra,
asentando sus cuerpos rechonchos en el interior de una concha de poder.
Nube de tábanos y de grandes y gordas moscas de alas azules 
rezumbando sobre la cabeza del predicador, sobre la boca del poeta,
sobre el manto estriado por la sangre de los esclavos;
una corona de tábanos y moscas sobre el nombramiento del mundo.

Todo duerme, todo se nutre de su propio abandono,
en el centro de la inmovilidad reside el verdadero movimiento.
El poder de la selva y el poder de la lluvia,
la garra del inmenso verano posada sobre el pecho de la tierra,
el pantano como una bestia dormida en los alrededores del sol;
todo come aquí su tajo de destrucción y delirio,
la luz se hace negra al quemarse a sí misma,
el cielo responde roncamente, el rayo cae como todo ángel vencido.

Mirad las cabezas de piedra bajo la lluvia
o bajo el hacha deslumbrante del sol como un verdugo embozado en oro.
Mirad los rostros de piedra en el campamento de la noche,
en la descomposición de la gloria, 
en la soledad de la primera pregunta y en su retorno después de la segunda.
Mirad las cabezas de piedra,
máscaras que ocultan su clave divina, su organismo atajado por el silencio.
Mirad los rostros de piedra junto a la boca impía del pantano.

Aquí están,
aquí donde no representan ni señalan.
Aquí los triunfadores y los esclavos 
y el gemido del anciano y la primera sangre de la doncella
están ya confundidos en una sola masa, 
en un solo bocado que mastica la piedra indefinidamente.
Piedra caída en el agujero del sueño no por su propio peso
sino por el peso que la realidad obtuvo del sueño.
¿Cuándo hizo la vida ese gesto poderoso?
¿De quién fue esa boca a cuya sonrisa una araña se mezcla minuciosamente?
¿Ante quién hizo la vida esta mirada hoy muerta? 
¿Qué ojos humanos la llevaron a término?

Éste es el rostro, éste es el cuerpo,
la carne que se hizo piedra para que la piedra tuviera un espejo de carne.
Animada por un soplo de piedra, 
la imagen de la piedra le dio nuevo peso a la carne;
y ahí se oye el peso de otro silencio 
y el peso de otra imagen en la actitud inmóvil del caimán;
aquí está la piedra despuntando en la carne,
aquí está la muerte eructando la piedra mientras hace la digestión de la imagen.
La piedra, la piedra, la piedra,
la piedra siempre agazapada
al final de todos los gestos de la carne del hombre.

III

Rompe el porvenir sus diques de estatuas,
lama que se extiende como un hormiguero verdinegro 
sobre la sapiencia de los altares devastados,
en el salitre de los muros derruidos aparecen la sombra y el olor de la bestia,
entre el cieno de las inundaciones
los pejelagartos vuelven estúpidamente la cabeza hacia la eternidad
y comen bajo el brillo del sol en sus costados negros.

Nadie pasa, nadie sigue adelante en el reino de tanto movimiento, 
en la basura de tanta vida, e la creación de tanta muerte.
Dioses dispersos entre las altas yerbas,
restos divinos de un festín humano bajo las hojas enormes del quequeste.
Ya no quedan palabras ni flechas ni la percusión de la maderas,
ni llamados de caracol ni brillo de puntas de lanzas,
sólo estas cabezas como flores monstruosas, erupciones
oscuras y apagadas.

 Ahora la verdad aparece con el zopilote,
sus alas negras baten como una lengua negra sobre el silencio de las cabezas de piedra,
y en el ruido de ese aleteo
aparece el nuevo lenguaje,
las frases de la carroña al quitarse su máscara de esclava.



Llueve
y la lluvia es el mito sangrante y blanco de todos los dioses muertos.
El agua escurre sobre las negras cabezas 
como una palabra perdida de lo que dice,
y después de la lluvia
los pájaros caminan otra vez por el cielo como vigías olvidados,
mientras se abren las puertas del amanecer
con un rechinar de goznes enmohecidos.



IV

Se abre la noche como un gran libro sobre el mar.
Esta noche las olas frotan suavemente su lomo contra la playa
igual que una manada de bestias todavía puras.

Se abre la noche como un gran libro ilegible sobre la selva.
Los hombres muertos caminan esparcidos en los hombres vivos,
los hombres vivos sueñan apoyando las sienes en los hombres muertos
y el sueño contamina de piedra a sus imágenes.

Se abre la noche sobre ustedes, 
cabezas de piedra que duermen como una advertencia.

Se detiene la luna sobre el pantano,
gimen los monos.

Allá, a lo lejos, el mar merodea en su destierro, esperando la hora
de su invencible tarea.