Un olor de criaturas que en la noche no conocen el sueño,
que sólo detentan su amor entre sus garras,
con los ojos abiertos a la medida de su hambre
y a la medida de su sueño.
con los ojos abiertos a la medida de su hambre
y a la medida de su sueño.
Un vaho de seres en cuyas húmedas fauces
tal vez se queja la Razón,
la reina anciana en su lecho silvestre.
tal vez se queja la Razón,
la reina anciana en su lecho silvestre.
Un sitio para la gran deuda de Dios,
para el sonido del alma en los huesos,
para el sonido del alma en los huesos,
un sitio para la invención de la Tierra,
un rincón donde el rumor de las propias palabras
es tal vez la sombra del viento en nuestras bocas.
es tal vez la sombra del viento en nuestras bocas.
Cosas abandonadas en algún sitio de lo que esperábamos decir,
el hueso de la Inteligencia roído una y mil veces
el hueso de la Inteligencia roído una y mil veces
entre declaraciones de triunfo y heridas de paz.
Un olor más desierto que el salvaje vapor de las salinas
se levanta de ese sitio y de esas palabras.
se levanta de ese sitio y de esas palabras.
Criaturas durmiendo en la encarnación de la noche,
en la base confusa del sueño,
en la base confusa del sueño,
sitios abandonados, sitios abandonados
donde el polvo y la yerba se acarician mutuamente,
burlándose entre susurros
donde el polvo y la yerba se acarician mutuamente,
burlándose entre susurros
de los grandes templos derruidos y de los grandes festines.
Allá, en los zarpazos de un sol que devora los ojos inmóviles,
los actos inmóviles, los amores inmóviles;
los actos inmóviles, los amores inmóviles;
en los acantilados donde el mar arroja sus orines
con un golpe de fusta,
con un golpe de fusta,
en la selva que se ha puesto tigre de tanto jugar con la carne del alba,
en la ciudad que fue botada a la noche como un gran trasatlántico
en la ciudad que fue botada a la noche como un gran trasatlántico
[ lleno de luces y de fiesta;
allá, allá donde las hojas secas son reunidas
por la mano de un otoño invisible.
por la mano de un otoño invisible.
Un olor de ciudades empañadas por el cansancio de la imaginación,
por el silencio de los muertos,
por el silencio de los muertos,
costas oscuras donde la lluvia
suena como un cuerpo arrojado a las playas,
suena como un cuerpo arrojado a las playas,
construcciones donde el Poder quiso ser la Belleza
y el Sofista vistió y lució las galas de su propia condena.
Un olor que rebasa la boca oscura del agua estancada,
las lujosas cocinas inundadas de desperdicio y platos sucios,
colillas de cigarros, vasos con residuos de vino, servilletas usadas;
un olor donde el brillo de las urnas envejece,
colillas de cigarros, vasos con residuos de vino, servilletas usadas;
un olor donde el brillo de las urnas envejece,
un olor donde las alcantarillas resumen el tedio con inmensa dulzura.
Largas calles desiertas,
Largas calles desiertas,
paisajes urbanos sostenidos por la luz de los últimos astros,
extraños rumores de seres cavando, alimentándose de frases
extraños rumores de seres cavando, alimentándose de frases
[ apagadas, de sangre apagada.
Nos espera ese sitio, esa habitación,
esa melancólica infamia con que un día nos miraremos en los espejos,
esa sagacidad con que un día probaremos nuestros retratos.
esa sagacidad con que un día probaremos nuestros retratos.
Nos espera ese largo entendimiento del verano con los insectos,
esa mirada velada que cruzan entre sí el otoño y los muertos.
Entonces la sapiencia culmina en el sapo,
entonces el mar llega besando a sus bellísimos monstruos,
a sus ruinas de barcos como recién nacidos siniestros.
a sus ruinas de barcos como recién nacidos siniestros.
¿Dónde están los dormidos?
¿Dónde están los amantes, los constructores de esta ciudad?
(Nadie responde, y aquellos que trabajan de noche
establecen oscuras conexiones con la antigua destrucción de los dioses).
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