I
He querido recordar aquella canción,
aquella que no pude escuchar dentro de mí, aquella que no supe
[ extraerle al mundo;
operación dolorosa: aquella canción que estoy tratando de escuchar,
aquella cuya ausencia reconozco en la brisa que apenas
aquella cuya ausencia reconozco en la brisa que apenas
inquieta a los almendros,
en la tranquilidad de esa brisa en estas hojas donde también yo
[ habré de morir,
y esa calma acaricia en algún sitio de mí
la forma de esa primera mano que alargamos hacia la vida
y luego retiramos mojada y oscura.
y luego retiramos mojada y oscura.
Aquella primera canción, aquella primera canción
que tal vez no vino nunca,
que tal vez no vino nunca,
aquella cuyo silencio ahora se refleja
en el rumor de esa brisa en los almendros,
en el rumor de esa brisa en los almendros,
tal vez su silencio, quiero decir el rumor de estas hojas,
es el único espejo
es el único espejo
donde yo me reconozco, donde yo me miro con atención,
subordinado a lo fatal de esa imagen.
subordinado a lo fatal de esa imagen.
O tal vez esa brisa en las hojas
es la ausencia de toda canción,
el rostro silenciosos de todos los nombres,
el rostro silenciosos de todos los nombres,
el rostro de espuma disuelto por el mar,
el rostro de mis hijos aún sin ellos
en el esqueleto atroz de mi abuelo después de él.
en el esqueleto atroz de mi abuelo después de él.
Ahora recuerdo todo sin pasión, sin armas obsesivas,
sin recuerdos, y ese viaje que la mirada todavía sostiene
sin recuerdos, y ese viaje que la mirada todavía sostiene
abandona el umbral de una tarde de lluvia en la infancia.
Y es aquella costumbre de sonreír involuntariamente,
Y es aquella costumbre de sonreír involuntariamente,
de sentir esa brisa en los almendros que están dentro de mí,
complicados con mi alma,
complicados con mi alma,
y soñar una canción donde tal vez ya no habré de escucharme;
sí, aquella vieja costumbre de vivir…
Y yo extiendo palabras sobre mis propias yerbas,
yo extiendo palabras sobre el mundo
para irles dando poco a poco historia,
para irles dando poco a poco historia,
sonidos arrancados a ellas mismas como confesiones brutales.
Por la torre de la iglesia
pasa el sol y se muerde los labios, ¿o soy yo quien me los muerdo?
¿O son el sol y la iglesia los que muerden mis labios?
¿O es el deseo de sol y de iglesia lo que muerde mis labios?
Sí, he perdido aquella canción, aquella canción,
aquel tierno desastre, aquel artificio
donde mi voluntad se hacía pequeñas heridas,
aquel tierno desastre, aquel artificio
donde mi voluntad se hacía pequeñas heridas,
[ pequeñas preguntas que nunca supieron cortarse la cabeza,
y ahora estoy aquí de vuelta,
y ahora estoy aquí de vuelta,
mirando estas calles, mirando este río,
estas aguas cobrizas y doradas bajo la luz del sol,
estas aguas cobrizas y doradas bajo la luz del sol,
y esta ciudad no es distinta a otras ciudades, es distinta a sí misma.
Y estoy en esta ciudad como en otra canción
que tampoco recuerdo,
que tal vez nunca estuvo en mis labios,
que tampoco recuerdo,
que tal vez nunca estuvo en mis labios,
como en otra palabra que me ocupa gran parte del día
y luego en la noche es mi primera muerta.
y luego en la noche es mi primera muerta.
Estoy en este parque donde los almendros apenas sugieren la brisa,
el tiempo de las hojas,
el tiempo de las hojas,
bajo este cielo encallado en la mañana
como una inmensa nave antigua —recuerdo de otros dioses, de otros
[ hombres
y de otras batallas—
y mi mirada abre de par en par los brazos para recibir al paisaje,
pero es inútil, en el paisaje hay algo de mirada,
pero es inútil, en el paisaje hay algo de mirada,
algo también con los brazos abiertos…
Una brisa muy joven sopla entre los almendros, una brisa lejana
[ sopla entre mis labios, y es el silencio,
el silencio de la torre de la iglesia bajo la luz del sol,
el silencio de la palabra iglesia, de la palabra almendro, de la
[ palabra brisa.
Hay un radio encendido en un estanquillo cercano, pasan unos novios
—casi niños— cogidos de la mano,
—casi niños— cogidos de la mano,
el sol empuja la torre de la iglesia hacia otro mediodía…
Yo iba a decir algo; cogí la pluma para eso, cogí mi alma para eso;
¿qué iba a decir?
Así pasó ese día caluroso y nublado,
así la torre de la iglesia empujada por el sol como un barco llevado
[ por el viento,
cruzó por mi pecho, y luego la noche se cerró sobre las casas,
sobre las aguas del río,
sobre la historia de aquella mañana,
y fue como si una mano enguantada tuviera todas las cosas en el
[ puño.
Yo iba a decir algo, yo tenía esta pluma en la mano…
II
Amanece en medio de mí
y yo me quedo mirando del lado en que no estoy,
y yo me quedo mirando del lado en que no estoy,
en la otra orilla se quedan el parque y los almendros, el río,
la torre de la iglesia.
la torre de la iglesia.
Porque esta mañana todo parece abrir los ojos en otra parte,
en otra historia,
en otra historia,
en otros ojos parece que yo he abierto los ojos,
y miro la luz cedida a los árboles con la misma naturalidad
con que espero sentado a la mesa, el primer alimento.
con que espero sentado a la mesa, el primer alimento.
Y tal vez esta luz es también una sombra de aquella canción;
estos árboles, esta mesa, la mañana, el sabor de este pan,
¿son acaso las formas devueltas? Y la canción mueve las alas,
¿son acaso las formas devueltas? Y la canción mueve las alas,
se sacude su forma de canción, se sacude su forma de alas,
algunas plumas caen, muy lejos de mis labios,
muy lejos de esta luz, muy lejos de este silencio,
de esta posible música, en otra historia más remota aún que la mía.
muy lejos de esta luz, muy lejos de este silencio,
de esta posible música, en otra historia más remota aún que la mía.
Amanece en medio de mí; en un lado
se quedan el parque y los almendros,
se quedan el parque y los almendros,
el río, la torre de la iglesia, la ciudad de mi infancia,
los juegos olvidados;
los juegos olvidados;
¿en qué orilla me quedo mirándolos?
Es todo,
yo iba a decir algo, yo iba a inventar algo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario