No, no era ese ruido,
era la respiración como una historia de hojas pisadas,
el recuerdo del viento
que movía el recuerdo de unos cabellos largos,
que movía el recuerdo de unos cabellos largos,
el chillido de un pájaro, el animal manchado por su muerte futura.
No, no era ese ruido;
al menos no lo era cuando la esperanza levantaba sus cabezas
[ todavía sin cortar, todavía sin que fueran cabezas,
y se quejaba dulcemente, y fraguaba pequeños arrebatos, [ exclamaciones líricas,
y una niña secreta hacía de nuestras manos cosas abandonadas.
Entonces no era el ruido de la noche,
el crecimiento de la yerba en los ojos dormidos.
El otoño no descuidaba su tarea,
las hojas secas comían por última vez
en las manos del sol de la tarde;
en las manos del sol de la tarde;
pero no era el otoño el que movía las alas,
era el rumor de ese pájaro cuyas alas había crecido tanto
hasta enredarse con el azul del cielo,
hasta enredarse con el azul del cielo,
y uno ya no sabía si era el pájaro o el cielo el que volaba
oscureciéndonos el rostro.
No, no era el esfuerzo con que el amanecer desarma los astros,
la noche vestida por la transpiración de los que duermen,
la noche vestida por la transpiración de los que duermen,
o sentada junto a aquellos que buscan en su corazón
hasta el alba sinuosidades y escorpiones de astros.
hasta el alba sinuosidades y escorpiones de astros.
Y era también la sangre abriendo y cerrando puertas,
la tarde que escurría del cielo desmintiendo lo azul, diciendo sí a lo blanco.
la tarde que escurría del cielo desmintiendo lo azul, diciendo sí a lo blanco.
El sol retiraba sus urnas abiertas,
los pájaros metían el pico en el infinito y quedaban insensibles,
la primavera me salpicaba un hombro de polen
la primavera me salpicaba un hombro de polen
y alguien reía con fuerza en los espejos rotos.
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