lunes, 9 de diciembre de 2019

HEMOS ABIERTO LOS OJOS



Hemos abierto los ojos.
La palabra le da de comer al enigma.
El enigma le da de comer a nuestros ojos.
Nos hemos incorporado.
La frente ha perdido su temblor nocturno,
su palidez suscita sombras.
La frente, allí donde hubo ondas como en el agua
cuando cae un guijarro.
(Pero no hay arrugas ahora
que indiquen la caída de un cuerpo.)

Estamos despiertos.
Pertenecemos a la voz que no volverá a nombrarnos
al epitafio que no hicimos,
al pecho que la noche de otoño dardeó con su brillo.

Hemos abierto nuestra altura,
nuestra altura profunda como la muerte.
Y miramos la postergación,
la niebla inventada por la respiración frente al espejo
el empeñamiento inequívoco que el fondo del mar no necesita.

Sí, la seriedad de la luz nos hace sonreír.
Miramos la deserción y el periódico obligatorio,
las aguas que el abismo lanza en una caída de párpados,
la boca que intenta reverdecer en una palabra sagrada.
la tristeza donde el olor del infinito arrecia.

Lo sabemos de pronto.
Olvidamos el nombre del objeto preciso,
dejamos que la noche se descargue de sus sentencias desérticas.
Nos deslizamos por una sonrisa y esperamos algo en los ojos.
Desde una rama del árbol de la noche el invierno ha cantado
por tercera vez.
En la luz de la luna no quedan sino estatuas
y formas que la mano no vive ya en el gesto.

No basta volverse hacia los labios y verlos a lo lejos
en la espuma que el mar escribe aún como un nombre amado.
Labios como el esfuerzo tardío del poniente,
desenraizados del beso que sienten todavía.

Pasan nubes como fechas extrañas.
Habrá puertas, sermones y palabras de rigurosa etiqueta.
Ceremonias de inútil efervescencias,
lámparas donde el fuego no levanta sus árboles.

Entonces, de pie, o sentados en el trono bastardo,
desaparecidos de la sonrisa que sí podia tocarse,
con la conspiración como un guante gastado;
sujetos a la presencia de una ciudad
cuyos discípulos y depositarios coleccionan el vacío
con pompas e inclinaciones de cabeza.
Allí, con las frentes descritas por el poniente,
con las manos recorriendo muebles y objetos
como escrutando una ausencia;
de pie, inconsolables y serenos, hablando
tal vez con un filo de clamor en los dientes;
seremos enjuiciados por el azar de lo determinante,
en un país inventado por la caída de la nieve.

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