martes, 10 de diciembre de 2019

LA HORA Y EL SITIO


Las palabras, esas distancias de algo,
esta mirada que vamos entregando
y que sin embargo no ha estado con nosotros,
está súbita prisa, esta forma de ojos,
palabras, manos que quieren sujetar un tiempo
que es un rostro
o el sonido de otra palabra.
Ya no sé nada,
no estoy con ustedes si acaso me leen,
por la ventana entra el sol, entra la noche
como una mujer sin alas,
entro yo, entra mi voz y aún no estoy con ustedes,
las palabras levantándose, hacinándose,
en el rostro del anochecer
hay rasgos de piedra que el viento abrillanta y apaga,
entreabre tu perdición y mira bien adentro,
otra palabra allí vuelve del humo.
Las palabras como sospechas de carne, como viento de carne,
palabras dichas por piedad, palabras que no pudimos decir,
palabras que no debieron decirse o que dijimos demasiado tarde,
el mundo cabe en una palabra porque el mundo no es una palabra,
ninguna mirada está consigo misma,
ninguna palabra volverá sobre sí misma,
palabras, palabras, palabras,
yo las reúno al azar, las disperso,
las tengo un rato en las manos
como objetos tortuosos o puros,
los miro más de cerca, ya no las veo
o veo a través de ellas y entonces ya no hay palabras.
Hay mundo no sé dónde, hay una mujer, estoy cerca de ella,
pero estamos en las palabras, en las afueras de otra vida
de reflejo en reflejo, de alusión en alusión, de río en río.
El sol sentado en el horizonte se quita las sandalias,
se quita el sol,
la tarde es una mano posada en mi hombro,
alguien espera la luna,
esa claridad en movimiento,
recuerdos de uno cuerpo que sólo son palabras,
sagrados instrumentos de precisión e imprecisión,
siempre hay una palabra después de
otra palabra, en vez de otra palabra,
siempre es otra ciudad, otro rostro,
otra cosa lo que yo iba a decir,
siempre queda una frase que no hemos dicho,
un centinela que en mitad de la noche grita ¡quién vive!
Después de haber enumerado las
diversas formas, de muerte violenta o pacífica. 
Sube la noche desde el mar como un ave impasible y extraña
que viene a posarse en mi corazón
con un crujido de ramas y de hojas,
no estoy de mi parte, no estoy con ustedes,
ningún recuerdo es mío, ningún recuerdo es cierto,
soy un hombre mirando, alzando la noche como un viejo hábito,
como otra manera de
hablar,
de soltar en los signos cuerpos ya sin vida,
y aquí estamos o no estamos nunca,
tomándonos de la voz, tomándonos de la mano
como para una danza en honor de nuestros dioses ajenos,
por la calle de la primavera, por el invierno del invierno,
palabras mías que no son mías,
siempre hay una palabra, esa puerta que busca ser la puerta,
ese sonido a fuego de los labios,
ese amanecer tatuado de nombres antiguos,
un relámpago culebrea de pronto como un ojo que se abre y se cierra,
como un cuerpo que entra y sale de su nombre.
Miramos la lluvia y esto es hablar,
porque miramos la lluvia en los hombros de una mujer
como sus posibles cabellos,
y adelantamos una mano y sólo acariciamos el agua que escurre,
sólo acariciamos lo que iba pasando.
Palabras idas de mí, de mí de vuelta,
hermosa usanza mágica,
palabras, si son ustedes la belleza, ¿por qué no son la desnudez?
¿o acaso la desnudez es el viento?
Palabras, ustedes son la prueba humana, la sorda revuelta,
los ángeles malditos arrojados de los labios de Dios,
¿qué decimos que decimos?, ¿acaso aquello que no decimos
porque no lo sabemos o porque lo sabemos demasiado?
Palabras, ojos con los que tal vez no debimos mirar
a pesar nuestro o a pesar de otro
O a pesar de las mismas palabras,
entra la noche y entra el día por la ventana
y entro yo por la ventana y entra la ventana por la ventana,
como bocas que pasan en lo que dicen,
como bocas que sueñan lo que dicen.


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