lunes, 9 de diciembre de 2019

OSCURA PALABRA (Fragmentos)



1

Hoy llueve, es tu primera lluvia, el abismo deshace su rostro. 
Cosas que caen por nada. 
Vacilaciones, pasos de prisa, atropellamientos, 
crujido de muebles que cambian de sitio, collares rotos de súbito; 
todo forma parte de este ruido terco de la lluvia.
Hoy llueve por nada, por no decir nada.
Hoy llueve, y la lluvia nos ha hecho entrar en casa a todos, menos a ti.
Algo se ha roto en alguna parte. 

En algún sitio hay una terrible descompostura 
y alguien ha mandado llamar a unos extraños artesanos para arreglarla. 
Así suena la lluvia en el tejado. 
Carpinteros desconocidos martillean implacables.
¿Qué están cubriendo? ¿A quién están guardando?
¡Qué bien cumple su tarea la lluvia, qué eficaz!
Algo se ha roto, algo se ha roto. 
Algo anda mal en el ruido de la lluvia. 
Por eso el viento husmea así; con su cara de muros con lama, 
con sus bigotes de agua. 
Y uno no quiere que el viento entre en la casa 
como si se tratara de un animal desconocido.
Y hay algo ciego en el modo como golpea la lluvia en el tejado. 
Hay pasos precipitados, confusas exclamaciones, 
puertas cerrándose de golpe, 
escaleras por donde seres extraños suben y bajan de prisa.
Esta lluvia quién sabe por qué. Tanta agua repitiendo lo mismo.
La mañana con su corazón de aluminio me rodea por todas partes; 
por la casa y el patio, por el norte y el alma, por el viento y las manos.
Telaraña de lluvia sobre la ciudad.
Hoy llueve por primera vez, ¡tan pronto!
Hoy todo tiene tus cincos días, y yo nada sé mirando la lluvia.
[11 de septiembre de 1964, Villahermosa]

2

Te oigo ir y venir por tus sitios vacíos,
por tu silencio que reconozco desde lejos, 
antes de abrir la puerta de la casa
cuando vuelvo de noche.
Te oigo en tu sueño y en las vetas nubladas del alcanfor.
Te oigo cuando escucho otros pasos por el corredor, 
otra voz que no es la tuya.
Todavía reconozco tus manos de amaranto y plumas gastadas,
aquí, a la orilla de tu oceáno baldío.
Me has dado una cita pero tú no has venido,
y me has mandado a decir con alguien que no conozco,
que te disculpe, que no puedes verme ya.
Y ahora, me digo yo abriendo tu ropero, mirando tus vestidos;
¿ahora qué les voy a decir a las rosas que te gustaban tanto,
qué le voy a decir a tu cuarto, mamá?
¿Qué les voy a decir a tus cosas, si no puedo
pasarles la mano suavemente y hablarles en voz baja?
Te oigo caminar por un corredor
y sé que no puedes voltear a verme porque la puerta,
sin querer, se cerró con este viento
que toda la tarde estuvo soplando.
[14 de septiembre de 1964. Villahermosa]

3

En el fondo de la tarde está mi madre muerta.
La lluvia canta en la ventana 
como una extranjera que piensa con tristeza
en su país lejano.
En el fondo de mi cuarto, en el sabor de mi comida,
en el ruido lejano de la calle, tengo a mi muerta.
Miro por la ventana;
unas cuantas palabras vacilan en el aire
como hojas de un árbol que se han movido
al olfatear el otoño.

Unos pájaros grises picotean los restos de la tarde,
y a hora la lluvia se acerca a mi pecho como si no conociera otro camino
para entrar en la noche.

Y allá, abajo, más abajo,
allá donde mi mirada se vuelve un niño oscuro,
abajo de mi nombre, está ella sin levantar la cara para verme.
Ella que se ha quedado como una ventana
que nadie se acordó de cerrar esta tarde;
una ventana por donde la noche, el viento y la lluvia
entran apagando sus luces
y golpeándolo todo.

 4

Esta noche yo te siento apoyada en la luz de mi lámpara,
yo te siento acodada en mi corazón;
un ligero temblor del lado de la noche,
un silencio traído sin esfuerzo al despertar de los labios.
Siento tus ojos cerrados formando parte de esta luz;
yo sé que no duermes como no duermen los que se han perdido en el mar,
los que se hallan tendidos en un claro de la selva más profunda
sin buscar la estrella polar.
Esta noche hay algo tuyo sin mí aquí presente,
y tus manos están abiertas donde no me conoces.
Y eso me pertenece ahora;
la visión de esa mano tendida como se deja el mundo que la noche no tuvo.
Tu mano entregada a mí como una
adopción de las sombras.

6

Yo sé que por alguna causa que no conozco estás de
viaje,
un océano más poderoso que la noche te lleva entre
sus manos
como una flor dispersa…
Tu retrato me mira desde donde no estás,
desde donde no te conozco ni te comprendo.
Allí donde todo es mentira dejas tus ojos para mirarme.
Deposita entonces en mí algunas de esas flores que te han
dado,
alguna de esas lágrimas que cierta noche guiaron mis ojos
al amanecer;
también en mí hay algo tuyo que no puede ver nadie.
Yo sé que por alguna causa que no conozco te has ido de viaje,
y es como si nunca hubieras estado aquí,
como si sólo fueras —tan pronto— uno de esos cuentos que
alguna vieja criada
me contó en la cocina de pequeño.
Mienten las cosas que hablan de ti
tu rostro último me mintió al inclinarme sobre él,
porque no eras tú y yo sólo abrazaba aquello que el
infinito retiraba
poco a poco, como cae a veces el telón en el teatro,
y algunos espectadores no comprendemos que la función ha terminado
y es necesario salir a la noche lluviosa.
Más acá de esas aguas oscuras que golpean las costas de los hombres,
estoy yo hablando de ti como de una historia que tampoco conozco.
(6 de febrero de 1965, México)

7

madre, madre,
nada nos une ahora, más que tu muerte,
tu inmensa fotografía como una noche en el pecho,
el único retrato tuyo que tengo ahora es esta oscuridad,
tu única voz es el silencio de tantas voces juntas,
es preciso que ahora tu blancura acompañe a las flores
cortadas,
ningún otro corazón de dormir hay en mí que tus ojos
ausentes,
tus labios deshabitados que no tienen que ver con el aire,
tu amor sentado en el sitio en que nada recuerda ni sabe,
ahora mis palabras se han enrojecido en su esfuerzo de alzar el vuelo,
pero nada puede moverse en este sitio donde yo te respondo
como si tú me estuvieras llamando,
nadie puede infringir las reglas de esta mesa de juego a la
que estamos sentados,
a solas como el mar que rodea al naufragio
hemos de contemplarnos tú y yo,
nada nos une ahora, sólo ese silencio,
único cordón umbilical tendido sobre la noche
como un alimento imposible,
y por allí me desatas para otro silencio,
en las afueras de estas palabras,
nada nos tiene ahora reunidos, nada nos separa ahora,
ni mi edad ni ninguna otra distancia,
y tampoco soy el niño que tú quisiste,
no pactamos ni convenimos nada,
nuestras melancolías gemelas no caminaban tomadas de la mano,
pero desde lejos algunas veces se volvían a mirarse
y entonces sonreían,
ahora un poco de flores para mí
de las que te llevan,
también en mí hay algo tuyo a lo que deberían llevarle flores
ese algo es el niño que fui,
ya nada nos une a los tres,
a ti, a mí, a ese niño

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