Bajo los puentes donde las aguas y el tiempo esperan algo,
bajo mis soluciones, bajo mis cruces más remotas,
bajo mis soluciones, bajo mis cruces más remotas,
en las caminatas que recomienda el delirio, en el paso por una calle,
en el paso por una palabra,
en el paso por una palabra,
estoy mirándome, atendiéndome, oyéndome partir.
Estoy probando estas armas antiguas,
esos mecanismos cubiertos de polvo,
esos mecanismos cubiertos de polvo,
estoy trastabillando en mi imagen sagrada,
midiéndome el traje, de una resurrección que no me facilita vivir,
que no cumple mi alma.
que no cumple mi alma.
Cuando el caído de la estrella mira su espejo roto,
cuando la mujer se sienta en sus lágrimas
como en un medio de transporte,
como en un medio de transporte,
cuando alguien se detiene ante un antiguo dolor
y lo oprime contra su pecho
y lo oprime contra su pecho
como si se tratara de un retrato de infancia,
de una antigua camisa que ya no le viene,
de una antigua camisa que ya no le viene,
cuando decimos cuando
y nos ponemos a buscar por el suelo de lo que sentimos,
bajo la mesa de lo que adivinamos,
y nos ponemos a buscar por el suelo de lo que sentimos,
bajo la mesa de lo que adivinamos,
y tropezamos con nuestro propio animal,
con nuestra propia sombra al borde de una estatua,
con nuestra propia sombra al borde de una estatua,
criatura de infatigable tristeza, de riesgo amoroso.
Entonces sacamos las manos de la aguas de esa contemplación,
sacamos nuestros residuos de ventaja y adivinanza,
sacamos nuestros residuos de ventaja y adivinanza,
hemos resucitado al tercer día de ciertas ausencias,
los párpados se abren por el esfuerzo de una mirada
o de una lágrima que sale del fondo de los ojos como un desenterrado,
o de una lágrima que sale del fondo de los ojos como un desenterrado,
como un minero que trae cosas rojas en las manos…
Y es la noche, es la mujer de senos acariciados
por el oro la que nos sonríe,
por el oro la que nos sonríe,
y nuestros brazos ciñen en ella esa ausencia que no comprendemos,
nuestros brazos ciñen en ella ese cuerpo
que atisbamos en el fondo del mar,
nuestros brazos ciñen en ella ese cuerpo
que atisbamos en el fondo del mar,
esa antigua cabeza de mujer cuyos largos cabellos
van tomando el movimiento y el color de las algas,
van tomando el movimiento y el color de las algas,
cierta forma de vida aún no definida,
todavía esparcida en lo ajeno de su vegetación.
todavía esparcida en lo ajeno de su vegetación.
Y arriba, junto a nosotros,
flotando en la caricia como en otro movimiento,
flotando en la caricia como en otro movimiento,
atravesando nuestras puertas y acechando nuestros ademanes,
nuestras palabras de escasa y visible victoria,
nuestras palabras de escasa y visible victoria,
la sombra de ese cuerpo sin ascensión y sin viaje en nosotros.
Y en la ciudad el invierno se deja crecer el cabello,
las tardes nubladas se convierten en depósitos de una vagancia
por debajo de mis paseos,
por debajo de mis paseos,
mis palabras bordean su propia intemperie,
el silencio desliza su mano por el cuerpo de mi posible victoria,
hay un artificio allí donde me palpo.
hay un artificio allí donde me palpo.
Y cada noche reanudo el paseo,
extraigo los objetos que flotan en la superficie,
me mojo las manos por alcanzarlos,
me mojo las manos por alcanzarlos,
y los observo y observo esas aguas,
apoyado en el pretil de los puentes que más tarde tal vez tenga que cruzar.
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