I
Echa chispas el vino que produce el espejo, y es borrosa la sed. Imagen
borrascosa que empaña la superficie dotada de máscara que su dueño volverá
contra sí mismo. Fría caparazón de cristal que se resiste al ser pisada por
esos pies que van avanzando por la playa. Fría caparazón de cristal que
finalmente se vuelve espejo roto, hormiga muerta transportada por otra viva.
Entre cortinas y susurros, despojos del cristal reflejante. Entre susurros y
gemidos que sostienen la sedería de la carne, aparecen los momentos del río que
demuestran el vértigo. La máscara, al reconocerse, ya se ha vuelto contra sí misma.
El guerrero, que con la espada en alto sostenía a la mujer, ¿va a titubear? En
la intimidación por esta imagen, se recurre a la potencia del círculo inmóvil,
desde un mundo de ocelos amarillos, hasta las ruedas de una bicicleta, entre la
maleza de un antiguo y abandonado jardín, mientras se escuchan risitas y
cuchicheos de una niña. Echa chispas el vino que ocasiona mirarse en el espejo
que una mujer representa.
II
Y he aquí el puro deseo sin el curso del cuerpo, por que en la
contemplación del otro cuerpo la memoria levantó ese rumor o sitio donde
posarse. Son los preparativos para pasar la noche en un espejo, subiendo por
esas aguas del río del espejo que no alcanzan aún al mar del espejo, el limbo
azul donde los ahogados decían que flotaban mejor. He aquí el puro sueño sin el
curso espejeante de la memoria, el reflejo desgarrado por la descomposición
inmovilizada por sus propias exigencias. He aquí el aleteo que no halla donde
posarse, reducido a su vocación de aleteo. Navegación atroz, el tacto y el
gusto están en esos ojos en que los labios se han convertido, gracias a la
reducción de que se vale el reflejo, para que la memoria extravíe el sueño que
la sostiene. Las aguas arriba no bastan para no poder tocar el mar y sin
embargo perderse. El movimiento de las aguas arriba no suspenden, no succionan
ni empapan, sino que pesan sin moverse, pesan más todavía al desaparecer, y
están ahí, clavadas para enturbiar el reflejo. Sin el curso del cuerpo, el
deseo escogerá la tela que la araña combina con el movimiento propio del propio
deseo, que es la raíz de su saliva y de todo segregar para armar laberintos.
Boca que habla y traslada sin parar y sin pasar, frente a ese espejo que
la transforma en tela de araña que la refleja en saliva de araña que la contiene.
Sin el curso del cuerpo, el deseo realiza los preparativos para pasar la noche
en un espejo, en cuyas aguas arriba el vacío tendrá en su poder a la creación,
al mar que sin golpear existe, al mar que sin mojar abarca, el mar que aparece
en los ojos que no ven el cuerpo que desesperadamente necesitan revelar.
III
Estuche doble en metal dorado, con espejo interior y bordes rojos, donde
pueda escucharse la melodía, la forma que la casualidad ennoblece con modos de
inspiración variada: al salto de la gacela ensombreciendo la infancia,
recuperada a base de no hurtarle el bulto a los muertos. En la duplicidad donde
aparece un tercero, juego de clandestinas tiranías. Arcángeles arrancados con
todo y raíz de su vuelo, estatuas obstaculizadas por el material de que están
hechas, jamás podrán responder a la invitación de las alas. Viviendo la postura
de la exhaustividad, manejando con precisión los elementos combinatorios del
espejo; la infancia, si, el diálogo de persecuciones y prosecuciones impuras en
la bandejas de las invitaciones al jardín abandonado. Aquella niña separando
los muslos, para que Dédalo comience la obra que el espejo usará como reducto,
entre las altas yerbas, junto a su bicicleta reclinada en un tronco, vendrá
cuando el exilio deje la puerta abierta al jaguar que rondaba los alrededores.
IV
Para embalar la imagen, que tu abandono prosiga. Cuida que los
escondrijos de tu espejo no delaten los ojos que, antes que tú, te miran.
Déjate continuar por la resistencia de tu rostro empañarse, aguas abajo
encontrarás otro espejo. Aguas arriba, Escila y Caribdis le pondrán comillas a
tu navegación. Apurarás el agua sobra en el cristal, jugarás a que eres el
océano y dejarás que la brújula se mueva en tus palabras como un pequeño y
torpe insecto. Así la araña tejerá la imagen que le pondrá ajuar a tu espera, a
la ausencia de un cuerpo cuyo peso hará lecho en tu imaginación. Así la
telaraña que existe en el fondo de cada espejo atraerá a ese sueño convertido
en mosca, vuela frente a tus ojos, revelándote. Te hilarás en los reflejos como
quien tiene el hilo de Ariadna en las manos, se moverá el viento allí mismo
como encajonado, y siempre será otro el que aparezca, otro el vidrioso, otro el
que transparente te prosiga.
V
La imaginación no es siempre el más aconsejable espejo donde mirarse,
donde cruzar a la otra orilla, y estar al mismo tiempo en el sitio que nos
hemos fijado, en la cita puntual con nuestra propia mirada. Colocarnos allí
como para aprender nuevo idioma, conversación galante con las aguas del río,
vigilando, como sin querer, el momento del salto de la gacela ensombreciendo la
infancia. O el salto para escapar, que nos coloca en la lancha que ya despegaba
del muelle. El espejo no es siempre la imaginación, pero es un buen camino par
salir al encuentro de lo desconocido, o sea es un camino gobernado por el salto
intempestivo de la gacela, que vuelve a desaparecer en la maleza. Y no importa
si entonces un nuevo personaje aparece en la terraza de lo que hemos dado en
llamar la casa abandonada. Lo que llamamos el regreso, puede ser el rumor de la
lancha alejándose, después de nuestro salto para colocarnos en ella. Permitir
que entonces todo tome su forma antigua, significa terminar, dejando que en
nuestra respiración esas puertas-vidrieras se cierren para siempre, y pegado al
cristal, con el rostro empañado, el personaje que no habíamos tomado en cuenta,
irá perdiendo espacio, pero ganado realidad, hasta convertirse en nuestro
futuro cadáver.
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