lunes, 9 de diciembre de 2019

PREPARATIVOS PARA PASAR LA NOCHE EN UN ESPEJO



I

Echa chispas el vino que produce el espejo, y es borrosa la sed. Imagen borrascosa que empaña la superficie dotada de máscara que su dueño volverá contra sí mismo. Fría caparazón de cristal que se resiste al ser pisada por esos pies que van avanzando por la playa. Fría caparazón de cristal que finalmente se vuelve espejo roto, hormiga muerta transportada por otra viva. Entre cortinas y susurros, despojos del cristal reflejante. Entre susurros y gemidos que sostienen la sedería de la carne, aparecen los momentos del río que demuestran el vértigo. La máscara, al reconocerse, ya se ha vuelto contra sí misma. El guerrero, que con la espada en alto sostenía a la mujer, ¿va a titubear? En la intimidación por esta imagen, se recurre a la potencia del círculo inmóvil, desde un mundo de ocelos amarillos, hasta las ruedas de una bicicleta, entre la maleza de un antiguo y abandonado jardín, mientras se escuchan risitas y cuchicheos de una niña. Echa chispas el vino que ocasiona mirarse en el espejo que una mujer representa.

II


Y he aquí el puro deseo sin el curso del cuerpo, por que en la contemplación del otro cuerpo la memoria levantó ese rumor o sitio donde posarse. Son los preparativos para pasar la noche en un espejo, subiendo por esas aguas del río del espejo que no alcanzan aún al mar del espejo, el limbo azul donde los ahogados decían que flotaban mejor. He aquí el puro sueño sin el curso espejeante de la memoria, el reflejo desgarrado por la descomposición inmovilizada por sus propias exigencias. He aquí el aleteo que no halla donde posarse, reducido a su vocación de aleteo. Navegación atroz, el tacto y el gusto están en esos ojos en que los labios se han convertido, gracias a la reducción de que se vale el reflejo, para que la memoria extravíe el sueño que la sostiene. Las aguas arriba no bastan para no poder tocar el mar y sin embargo perderse. El movimiento de las aguas arriba no suspenden, no succionan ni empapan, sino que pesan sin moverse, pesan más todavía al desaparecer, y están ahí, clavadas para enturbiar el reflejo. Sin el curso del cuerpo, el deseo escogerá la tela que la araña combina con el movimiento propio del propio deseo, que es la raíz de su saliva y de todo segregar para armar laberintos.
Boca que habla y traslada sin parar y sin pasar, frente a ese espejo que la transforma en tela de araña que la refleja en saliva de araña que la contiene. Sin el curso del cuerpo, el deseo realiza los preparativos para pasar la noche en un espejo, en cuyas aguas arriba el vacío tendrá en su poder a la creación, al mar que sin golpear existe, al mar que sin mojar abarca, el mar que aparece en los ojos que no ven el cuerpo que desesperadamente necesitan revelar.

III

Estuche doble en metal dorado, con espejo interior y bordes rojos, donde pueda escucharse la melodía, la forma que la casualidad ennoblece con modos de inspiración variada: al salto de la gacela ensombreciendo la infancia, recuperada a base de no hurtarle el bulto a los muertos. En la duplicidad donde aparece un tercero, juego de clandestinas tiranías. Arcángeles arrancados con todo y raíz de su vuelo, estatuas obstaculizadas por el material de que están hechas, jamás podrán responder a la invitación de las alas. Viviendo la postura de la exhaustividad, manejando con precisión los elementos combinatorios del espejo; la infancia, si, el diálogo de persecuciones y prosecuciones impuras en la bandejas de las invitaciones al jardín abandonado. Aquella niña separando los muslos, para que Dédalo comience la obra que el espejo usará como reducto, entre las altas yerbas, junto a su bicicleta reclinada en un tronco, vendrá cuando el exilio deje la puerta abierta al jaguar que rondaba los alrededores.

IV

Para embalar la imagen, que tu abandono prosiga. Cuida que los escondrijos de tu espejo no delaten los ojos que, antes que tú, te miran. Déjate continuar por la resistencia de tu rostro empañarse, aguas abajo encontrarás otro espejo. Aguas arriba, Escila y Caribdis le pondrán comillas a tu navegación. Apurarás el agua sobra en el cristal, jugarás a que eres el océano y dejarás que la brújula se mueva en tus palabras como un pequeño y torpe insecto. Así la araña tejerá la imagen que le pondrá ajuar a tu espera, a la ausencia de un cuerpo cuyo peso hará lecho en tu imaginación. Así la telaraña que existe en el fondo de cada espejo atraerá a ese sueño convertido en mosca, vuela frente a tus ojos, revelándote. Te hilarás en los reflejos como quien tiene el hilo de Ariadna en las manos, se moverá el viento allí mismo como encajonado, y siempre será otro el que aparezca, otro el vidrioso, otro el que transparente te prosiga.

V

La imaginación no es siempre el más aconsejable espejo donde mirarse, donde cruzar a la otra orilla, y estar al mismo tiempo en el sitio que nos hemos fijado, en la cita puntual con nuestra propia mirada. Colocarnos allí como para aprender nuevo idioma, conversación galante con las aguas del río, vigilando, como sin querer, el momento del salto de la gacela ensombreciendo la infancia. O el salto para escapar, que nos coloca en la lancha que ya despegaba del muelle. El espejo no es siempre la imaginación, pero es un buen camino par salir al encuentro de lo desconocido, o sea es un camino gobernado por el salto intempestivo de la gacela, que vuelve a desaparecer en la maleza. Y no importa si entonces un nuevo personaje aparece en la terraza de lo que hemos dado en llamar la casa abandonada. Lo que llamamos el regreso, puede ser el rumor de la lancha alejándose, después de nuestro salto para colocarnos en ella. Permitir que entonces todo tome su forma antigua, significa terminar, dejando que en nuestra respiración esas puertas-vidrieras se cierren para siempre, y pegado al cristal, con el rostro empañado, el personaje que no habíamos tomado en cuenta, irá perdiendo espacio, pero ganado realidad, hasta convertirse en nuestro futuro cadáver.


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