Alguien dice algo que sólo puede escuchar a través de sí mismo.
Alguien apaga la luz de esa habitación vacía
pero antes de cerrar la puerta vuelve a encenderla
al alejarse por el pasillo,
mirando en el umbral de los días que vienen cama revuelta,
papeles y libros sobre la mesa.
Alguien camina a tu lado, como cuando el actor se vuelve al
público,
el actor que tiene que hacer la pregunta
se vuelve para el entrelazamiento de lo oscuro avanzando paso a
paso,
de un modo común sin dar importancia,
mientras el ruido del viento en las ramas
y el zumbido de los autos pasando
y el peso de la sobra entre las manos de la luz crean
y reviven las antiguas señales,
las máscaras para caminar por el escenario,
porque los actores tienden a manifestarse
en aquello que no existe fuera de ellos,
agujeros de lo monstruoso donde el viento mueve la cola,
agujeros donde lo invisible y el ruido del follaje
intercambiando presencia o redes para cazar mariposas
o discursos dirigidos a nadie,
sumergidos en un nadie infinito o forma
en que el ruido expresa al silencio,
o sea en la pregunta mientras vas caminando a mi lado
y lo oscuro se anticipa
a formularnos el vacío como ramas moviéndose.
Habitación silenciosa y oscura siguiéndole la corriente
a esa voz que el aire de la noche mueve como una rueda o rama,
mientras vas caminando a mi lado hablando
y hablando para conquistar tu derecho a roerte las uñas a la
deriva
de objetos que son el haz de tu cuerpo
cuando la luz de neón de los arbotantes
apetece lo inmóvil de su propio fantasma,
al borde de las hojas traslúcidas,
mientras alguno de los dos llega a la cima de la última frase se
detiene.
¿Tardaron entonces en comprender lo que ya no se dirían?
¿hablaron asuntos tediosos, detalles triviales?
¿Qué gesto, astilla nocturna, qué cama revuelta, oh sí, no mencionaron?
En la cima, última frase, alguno de os dos, nosotros dos, probó su
escudo.
El otro, lanzo el golpe a ciegas
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