Sí, muchas veces hablé de ti,
acerqué pequeñas formas de arena a tu imagen,
contraje con tu ausencia pactos de alianza.
contraje con tu ausencia pactos de alianza.
Muchas veces, en sitios olvidados, en sitios de paso,
en la alcoba que nos abandona cuando nos creíamos en ella,
hablé de ti o pude hablar de ti,
le di a mi corazón el movimiento que podía reconstruirte,
creí mirar tus ojos como razones de actos nocturnos
como fuerzas empleadas para encender la oscuridad y señalarme los
[ sitios donde debía tomarte.
¿En qué rumor de hoteles, en qué rumor de voces por los pasillos y
[ silbidos de canciones de moda,
se perdían los pasos de tu corazón, el instante probable,
aquello que los cuerpos memorizan
cuando la sangre intenta el ritmo del infinito?
cuando la sangre intenta el ritmo del infinito?
Luego vinieron los actos de otoño
el viento frío y la lluvia me encerraron en la habitación solitaria,
sin cartas ni noticias, el ruido del agua se hizo poco a poco
el ruido de mi alma y de mis huesos.
Y después, muchas veces, volví a pensar en ti,
oí tu risa en el mismo sitio en que mis palabras luchaban
por decir cómo era tu modo de reírte,
en el mismo espacio —escuchado al azar—
en que se abría tu nombre como una flor inmensa
en que se abría tu nombre como una flor inmensa
bajo el resplandor de las luces, sobre la charla y el humo
de los convidados —tintineo de vasos, risitas,
monólogos dulces y aterradores.
monólogos dulces y aterradores.
Muchas veces pensé en ti así y de otras maneras,
muchas veces rocé esa aciaga marisma de renovarte
en lo más profundo de mí,
en lo más profundo de mí,
en lo más imaginario y en lo más doloroso,
y también en conversaciones no buscadas,
en lo imprevisto de unos ojos,
en lo imprevisto de unos ojos,
en labios extraños que de pronto nos acorralan
en los espejos de otras palabras,
en los espejos de otras palabras,
en el espacio de otros sentimientos, de otros cuerpos,
donde el mar y la niebla nos ofrecen sus oscuras referencias,
sus buques fantasmas.
sus buques fantasmas.
Muchas veces así, al azar, en reuniones,
con muchachas que como tú me escuchaban, que como tú parecía
que iban a existir o a ser menos reales de un momento a otro,
que iban a existir o a ser menos reales de un momento a otro,
de una mirada a otra,
y yo iniciaba ese gesto que las palabras perdían siempre,
ese ademán antiguo que busca los dones nocturnos,
y te recordaba y te inventaba de prisa o lentamente
o asaltándote en aquella muchacha
o asaltándote en aquella muchacha
aplastándote bajo su risa y sus palabras
en aquellas aguas que tú no hacías correr.
Pero yo hablaba de ti, y te recordaba sabiendo lo inútil
de poner una palabra y otra
en las formas que tú ocupaste,
de poner una palabra y otra
en las formas que tú ocupaste,
en todos los sitios que te correspondieron.
Pero yo hablaba, pero yo buscaba tus gestos, pero yo te inventaba,
esperaba un lugar en mis palabras o en una caricia
donde pudiera tomar algo tuyo;
y me
detenía, como si tuviera que esperarte, como si debiera seguirte;
pero todas las cosas tenían ahora otro secreto,
nacían de otra apariencia,
nacían de otra apariencia,
y sospechaba que el ruido de esa puerta,
el teléfono que a veces parecía sonar como entonces,
no eran sino recuerdos de recuerdos,
movimientos imprecisos de vida que te mataban más de mí aquella noche.
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