martes, 10 de diciembre de 2019

ESA MANO

"Juntaba el cristal líquido al humano"
por el arcaduz bello de una mano. Góngora. 


Era una mano allí, con la misma postura
de la palabra amor escrita con letras antiguas.
A veces se movía como un horizonte de olvidos,
como un cuerpo no asido por la tierra
que por la mar aleja su presencia.
Azul como palabra levantada de una lágrima
o acaso de una sonrisa.
Sí, yo veía esa mano, clara jerarquía
de unos dedos testigos de la seda.
Superficie de ausencias, extensión de algún vuelo dormido,
patrimonio de un contacto, de una piel,
de un cuerpo engrandecido que la toma con furia
cuando a los cuerpos llega
la posición de amor y se entrelazan.
Sí, yo la miraba; blanca, casi inútil, delgada
no avanzante, no tímida ni herida,
en sí misma posada; embellecida como el rastro de una caricia,
ajena a mi vida, a mi piel y a mi mano.
Un anillo floreaba su meñique,
ruta azul de dos venas,
insinuaba de pronto un horizonte
o huella de dos lunas.
Su dueña alzó los ojos un momento
vuelto hacia mí su rostro.
Y vi sus ojos sin calor,
como llegados de algún vuelo nocturno,
ya con alas plegadas, sin dolor, descansando.
Y vi esa sombra – de un olvido, tal vez -
que velaba en sus labios
como guardían de un jardín en otoño.
Frente a ella su compañero
contemplaba la indiferencia mecánica de meseros y clientes.
Todo el café, insinuaciones de un lujo breve y triste,
habitación ambulante, a la deriva

de alguna tarde más; en un humo de rostros,
de manos y palabras, de monólogos breves y eternos,
parecía llevarlos y dejarlos perdidos
uno de otro en un mundo sin piedad ni recuerdos.
Allí sobre la mesa vi su seno inclinado.
Su seno como un ártico viviendo bajo estrellas,
surcado por la música tenaz de un silencio,
sobre alguna pantera engañada o dormida.
Sí, allí sobre la mesa aquel seno inclinado
como bebiendo el blanco del mantel;
ya todo él muerto en blancos, descotado
sin prisa, en su tamaño.
Y aquella mano allí,
ya tal vez con memoria de carne masculina,
afinada en caricias, sobre el mantel  como una vida dulce,
olvidada en sí, sin un gesto de carne,
ajena al cuerpo que la engrandencía.
¿Acaso vio en mi rostro que veía su tristeza
mirar con angustia su mano en el momento
que ajena la sentí, acariciando ya profundamente?
De esta vida no vale sino el sueño,
la voz que sangra de sus estrellas,
la piel que estira su color de mundo,
y esa mano que va como sonrisa,
que como boca de cinco labios
por la tierra anhelante de la sangre,
por el lomo atigrado del deseo, por el dolor,
por los anillos que le hincan recuerdos;
aprendiendo que el llanto no es espina
y que la piel el mar la pone arena

No hay comentarios:

Publicar un comentario