El sueño, esa historia sin armas,
esa voluntad que es parte de los labios,
ese pacto con el corazón más breve de la locura.
El sueño, eso que ya no puede ser sagrado,
porque no hay nada sagrado en la noche,
porque en el mar el cadáver de Odiseo navega a la deriva,
los cabellos revueltos, la mirada usurpada por el agua.
Porque no hay nada sagrado en el regreso, porque sólo una vez
[ despertamos temblando para mirar el mundo;
y tú lo sabes, pero tu mirada sólo es exacta en la noche.
Y yo te acaricio, yo aumento en tu cuerpo la sombra del viaje,
tu cabeza echada hacia atrás entra en la órbita fugaz de la sangre,
en el espejo rojo de sí misma, en su semejanza subterránea
con el conocimiento de Dios.
La noche colinda con todo lo que tiene fuego,
con aquello que besamos con apasionada destrucción,
con oscura grandeza.
con oscura grandeza.
En tu cuerpo hay cal viva, hay seda que no quiere dormirse,
hay cosas valuadas por el mar,
y en tu corazón es más poderoso el otoño.
Pero no hay nada sagrado en esta noche,
en este sueño, en esta última forma de hacerse a la mar.
Saldré a la calle, visitaré la locura que ama el azufre,
escribiré tu nombre en las plazas vacías,
en los púlpitos de las mujeres desnudas.
Adivina el retrato, desvanécete bajo los arcos triunfales,
incorpora escaleras a tu sapiencia.
Ésta ha sido la historia de nuestro regreso.
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